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ntiguamente, el acabado de una guitarra consumía casi tanto tiempo como su construcción.

 El instrumento precisaba de un barniz protector para sus maderas que fuese, a la vez de resistente, lo suficientemente fino como para no limitar el desarrollo acústico del instrumento. El método que mejor se adecuaba a esos requerimientos era el del barniz de goma laca, aplicado en sucesivas capas con una muñequilla de trapo de algodón.

 

 

 

 

                                              

Llamado “pulimento francés”, o “french polish”, por haber sido creado por artesanos franceses en la Inglaterra de principios del siglo XIX, esta laboriosa forma de acabar una guitarra fue cayendo en desuso a partir de la segunda mitad del siglo pasado, cuando en los talleres se fue popularizando el moderno barniz poliuretano de base acrílica aplicado a pistola. Este barniz aventajó al de la goma laca por la rapidez de su aplicación (lo que llevó a una importante reducción de costes), y por su extraordinaria dureza.

Pero la gruesa capa de este tipo de polímero pudo haber restado al instrumento algo sonoridad, personalidad y brillo. Para que una tapa armónica funcione como una membrana, por poner un ejemplo, los maestros constructores buscan, entre abetos y cedros, maderas con vetas rectas y finas, de determinada dureza y con la mejor respuesta sonora ya que la excelencia del material permite que los resultados de la compleja construcción de esa membrana sea la óptima. Obviamente, el barniz debe influir lo menos posible, y no es este el caso de los poliuretanos.

 

Intentando resolver este problema en guitarras artesanas, muchos luthieres investigaron con barnices nitrocelulósicos, ya que son considerablemente más finos que los acrílicos. Su aplicación es más laboriosa, responde mejor a la vibración sonora que el polímero y, aunque no es tan duro como aquel, supera al de goma laca en cuanto a protección mecánica y química.

 Pero el fino oído de algunos músicos y constructores siguieron echando en falta la pureza del sonido expresado desde la vibración de las maderas, y la antigua goma laca encontró un espacio entre los instrumentos más logrados.

Utilizada desde hace milenios, las primeras noticias que tenemos del empleo de este único polímero de origen animal se remontan a la India, hacia el 3200 A.C. En el Atharva Veda se describe al insecto que la produce y sus usos, tanto medicinales como para la fabricación de tintes.

Siglos después, los chinos comenzaron a utilizarla como barniz protector de maderas, y los japoneses crearon la técnica del laqueado para realzar multitud de objetos de ornamento, tanto en maderas como en cerámicas y metales. En el libro de los Anales de Confucio puede leerse lo que se supone son las primeras instrucciones escritas sobre la técnica del lacado. 

La goma laca es producida por un insecto de no más de cinco milímetros llamado Laccifer lacca, Kernia lacca o Cuccus laca. Habita en la India, en Indonesia, en China, en Laos y Vietnam, Tailandia, Bangladesh y Sri-Lanka, en diferentes árboles y plantas, muchas de las cuales se cultivan para la producción de la goma laca. Es un insecto primitivo que parasita a las variedades que infesta; según el árbol o planta en el que habita se obtendrá una coloración diferente a la laca.

 

Su utilización en los tiempos modernos fue y es muy variada: desde los discos de pasta de 78 rpm del gramófono hasta el abrillantamiento de la frutas que se exhiben en las tiendas, pasando por prótesis dentales, tintas chinas y, por supuesto, en el sellado de cajas acústicas. 

La técnica de recolección de esta sustancia creada por la hembra lacca para fijar y proteger sus huevos continúa siendo, por lo general, la que era hace siglos o milenios: antes de hacer eclosión, las larvas se retiran de las ramas que han infestado y se colocan en otras nuevas (o en otras plantas) para asegurar un nuevo ciclo y con ello una nueva cosecha. La resina se recolecta raspando las ramas y se pone a secar cuidando que durante ese proceso no se generen mohos. Luego se la tritura, se la lava para quitar impurezas, se la calienta en un horno, revolviendo constantemente hasta obtener una pasta viscosa y uniforme. Luego se la vuelve a lavar y se la estira cuando aún está blanda hasta formar finas láminas. Cuando se enfría y se seca, estas láminas se machacan hasta formar escamas, que es una de las formas de comercializarla. Para ciertos usos se la desparafina, para otros se la blanquea, etc.

 

Para producir un kilogramo de esta gomorresina se utilizan unos tres mil insectos. La India y Tailandia son los principales productores mundiales.

Con respecto a su utilización como barniz para instrumentos de cuerda y de fricción, los elementos que se precisan para llevar a cabo la tarea son pocos: alguna sábana de algodón ya gastada, algo de piedra pómez, mucho alcohol, etílico o metílico, una pizca de aceite de oliva o glicerina, algún saber y mucha paciencia.

 

 

El proceso del barnizado comienza disolviendo las escamas en el alcohol, en un “primer corte” grueso, para sellar el instrumento: estará bien utilizar el 20% de goma laca y el resto de alcohol. Un día después de convivir en la misma botella, los elementos estarán perfectamente mezclados. Luego de lijar completamente el instrumento con lija Nº 240 apoyada en un taco de madera o goma dura, en seco, aplicaremos la goma laca. Para esto, cortamos la vieja sábana en cuadrados de 10 x 10 cm., cogemos uno, lo doblamos en cuatro y lo mojamos generosamente con el líquido en una de las cuatro caras. Lo primero que haremos será sellar los filetes y la cenefa de la boca. Es una operación algo delicada, porque los filetes suelen estar teñidos o ser de maderas que destiñen al contacto con el alcohol, y esto nos puede manchar las maderas y las partes claras de las cenefas y los filetes. Por consiguiente, habrá que pasarla sobre estos una sola vez por cada cara del trapo; se verá que este toma enseguida el color de lo que ha desteñido. Cuando el trapo pierda humedad y ya no selle, se lo da vuelta y se continúa el proceso, hasta haber cubierto la superficie de los filetes y de la boca completamente. El proceso se repetirá una o dos veces, hasta que los trapos utilizados no muestren señales de desteñido. Colgamos el instrumento al menos cuatro horas, y mejor hasta el día siguiente. Si bien el secado de la goma laca es rápido al tacto, la incorporación de ésta a la madera no lo es. Sería conveniente dejar en reposo al instrumento hasta el otro día luego de cada sesión. 

Formaremos entonces una muñequilla con uno de los recortes de 10 x 10 que habíamos preparado y un burruño de estopa de algodón con forma de bola, de unos 3 cm., que envolveremos con el trapo. Mojamos la estopa con el preparado de la goma laca, ya sea con un gotero o volcándola desde una botella pequeña de plástico de alcohol de farmacia, al que habremos hecho con un alfiler un agujero en el pico de la tapa, hasta que esté bien húmeda, y la aplicaremos sobre el instrumento en movimientos rectos, firmes y continuos. Repetiremos el proceso y la dejaremos descansar. Al día siguiente volveremos a realizar el mismo proceso Si, al terminar esta sesión, observamos que las maderas muestran opacos, como si todo el material que aplicamos se hubiese chupado, insistimos con lo mismo al tercer día. 

Cuando observamos homogeneidad en el barniz dejamos secar bien antes de pasar a la siguiente etapa. Esta consiste en volver a lijar todo el instrumento con una lija de grano 400, en seco, preferiblemente con un taco de goma blanda. Luego de limpiarlo bien preparamos otra muñequilla. En esta ocasión, pondremos en el interior del cuadrado de 10 x 10 de algodón el contenido de una cucharilla de café de piedra pómez de finísima granulometría. Envolvemos el trapo alrededor del polvo y aprisionamos los exteriores con una goma elástica, para impedir que se escape. Con pequeñas sacudidas desde arriba del instrumento (sin apoyar esta muñequilla sobre las maderas), incorporamos el polvo de la piedra en mínimas cantidades. Este polvo cumplirá dos funciones: por un lado, al friccionarlo con una nueva muñequilla hecha de trapo, pero humedecida sólo con alcohol, se irá introduciendo en los poros de la madera, y por otro, actuará de lija. Esta vez moveremos la muñequilla en círculos y formando ochos, sin detener nunca el movimiento de la mano cuando está sobre la madera. Pasamos sobre esta una, otra y otra vez, cuidando que el trapo no esté demasiado embebido. Repetimos el proceso varias veces, cuidando de no exagerar con la cantidad de piedra pómez que le aplicamos.

Aburridos ya de “emporar” los aros y el fondo (ya que las tapas, de cedro o abeto, no tienen poros que rellenar), prepararemos otra muñequilla, la humedeceremos con la goma laca (generosamente, pero sin pasarse), y en el centro del trapo volcaremos una gota de aceite; esto permitirá que la muñequilla se deslice sobre las maderas sin “agarrarse” a estas, y vaya incorporando la laca en finas películas que irán aprisionando a las partículas de piedra pómez en el interior de los poros. Repetimos el proceso de lacado con la misma muñequilla y luego preparamos otra que humedeceremos sólo con alcohol; esta última aplicación servirá para retirar el aceite que nos sirvió para deslizar la muñequilla.

Al día siguiente comenzaremos lijando con lija Nº 600, ya sin taco (los tacos han contribuido a “planchar” la madera, evitando las ondulaciones que se hacen evidentes cuando el instrumento comienza a brillar). Limpiaremos y repetiremos el proceso del día anterior.

 

Y así, día tras día (lijado, limpieza, emporado, laqueado y desaceitado) iremos viendo que nuestro instrumento comienza a brillar. Cuando el brillo nos evidencie las mil y una rayas que presenta la madera, pasaremos a repetir el proceso cambiando a lija Nº 900. Utilizaremos cada vez menos piedra pómez, y cuando notemos que el engrosamiento que produce la goma laca se nota en el acabado, pasaremos a utilizar una goma laca de “corte medio”, al 10%, y repetiremos el proceso, una, y otra, y otra vez.

 

A diferencia de los polímeros sintéticos, el de la goma laca, a medida que realza el brillo, evidencia los defectos: aunque las rayas producidas por la fricción del material sobre la madera son cada vez más pequeñas, siguen siendo evidentes. Irán desapareciendo en la medida que se continúe engrosando, esta vez con un “corte fino” de goma laca, al 5%, ya sin utilizar lija ni piedra pómez.

 

Algunos barnizadores pulen el instrumento, una vez terminado, con la pasta más fina de pulir automóviles. Otros lo terminan con varias pasadas de muñequilla humedecida sólo con alcohol. Un acabado gana en brillo, el otro en “pureza”. Va en gustos.

 

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